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Uno de los componentes de Los Bordini, en la Plaza Mayor de Valladolid, en la década de los ochenta. Cacho-Archivo de El Norte
El Hilo.

Cuando Los Bordini se jugaban la vida en Valladolid

La saga de funambulistas dejó sin respiración a los vallisoletanos durante décadas con números extremos sin arnés ni malla a más de cincuenta metros del suelo

Berta Muñoz Castro

Valladolid

Sábado, 22 de marzo 2025, 08:14

Imposible dar con ellos, ya se lo avanzo. Lo he intentado por cielo, mar y tierra, pero nada. Desaparecidos, 'missing', 'fehlen', 'mancante'. En castellano, inglés, alemán e italiano, idiomas que farfullaban los componentes de Los Bordini, la familia de funambulistas que durante las décadas de los ochenta, noventa y principios de este siglo dejaron boquiabiertos y ojipláticos con sus arriesgados números a miles de vallisoletanos. Y a medio mundo. Una verdadera pena que no haya rastro de ellos, porque para entender lo que hacía este clan de origen italiano con partida de nacimiento germano a medio centenar de metros del suelo hubiera estado más que bien contar con su testimonio. No ha podido ser. Habrá que conformarse con tirar de hemeroteca para recordar las acrobacias imposibles en Valladolid y desempolvar los negativos de Cacho, Gabriel Villamil y Henar Sastre, joyas fotográficas en blanco y negro que, como la imagen que tienen arriba, describen a las mil maravillas de lo hablamos. También hay un testimonio. El de Javier Martínez 'Varillas', referente del teatro de Valladolid y director artístico del Festival Internacional de Teatro y Artes de Calle de Valladolid (TAC) durante 20 años. Pasen, lean y si quieren aportar algo, comenten. Abro hilo:

↓ Llevan dos décadas desaparecidos de la faz de la tierra, pero hubo un tiempo en el que las hazañas de Los Bordini se narraban en la prensa de todo el país. Los lectores más jóvenes seguro que no lo recuerdan, pero a los más maduros fijo que no se les han olvidado esas exhibiciones a más de cincuenta metros del suelo sobre un cable de acero finísimo (14 milímetros, concretamente) al que los funambulistas de Los Bordini se subían sin más protección que su cuerpo. Sin trampa ni cartón, con equilibrio y sangre fría como principales ingredientes de un show que dejaba al personal (miles, casi siempre) anonadado.

Plaza Mayor de Valladolid, en la década de los ochenta, durante una de las actuaciones de Los Bordini.

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Plaza Mayor de Valladolid, en la década de los ochenta, durante una de las actuaciones de Los Bordini. Cacho-El Norte

↓ La troupe llegó por primera vez a la capital del Pisuerga después de recorrer media Europa en las fiestas de San Mateo de 1979, en la primera legislatura de Tomás Rodríguez Bolaños. Fue tal el éxito, que volvieron a visitar la ciudad en decenas de ocasiones. En 1982, para que se hagan una idea, actuaron tres días en la Plaza Mayor y otros cinco en la Plaza de Zorrilla. Aquellos que lo vivieron en primera persona recuerdan que la familia de equilibristas tenían por costumbre aparcar las cinco roulottes y los tres camiones «en la trasera de la piscina de Huerta del Rey» antes de andar por el cielo vallisoletano. Uno de esos camiones –en Valladolid, lo colocaban al final de la calle Santiago, junto a Soler– contaba con un trípode tensor de un cable de 300 metros de longitud que ascendía hasta lo alto de un poste-antena de 58 metros de altura [un edificio de veinte plantas, para que se hagan una idea].

Uno de los integrantes de Los Bordini desciende hasta el camión de la compañía, estacionado en la calle Santiago. Cacho-El Norte

↓ En Valladolid solían reclamar la ayuda del público. Solo del masculino, eso sí. «Necesitamos de unos hombres fuertes que tensen la cuerda», anunciaban antes del espectáculo. Y los buenos mozos de la capital daban un paso al frente. Diez o doce caballeros, porque la tensión del cable era esencial para el buen discurrir del pase. Por ese alambre ascendían caminando los funambulistas pértiga en mano [14 kilos pesaba la garrocha] hasta alcanzar los sesenta metros de altura y quedar unidos a la vida por el leve contacto de la manoletina con el acero. El mismo alambre por el que luego circularía una motocicleta a toda velocidad con un piloto de pie con los brazos en cruz, cual Cristo Redentor brasileño. Y luego descendían colgados de una mano, por el pie y enganchados por el cuello cogiendo velocidades de bajada de 90 kilómetros por hora. El número más aplaudido, sin lugar a dudas, era el triple salto mortal, que consistía en hacer girar la motocicleta tres veces seguidas sobre el cable en un ejercicio extremadamente peligroso. «Lo hacemos sin trampa ni truco», recordaba el portavoz del grupo, Michael Bordini, a principios de siglo.

Un joven tira de la cuerda que ayuda a tensar el cable de acero en un pase de 2004. Gabriel Villamil

↓ «Trabajaban sin contrato municipal, solo pedían una licencia para actuar», explica Javier Martínez 'Varillas', director artístico del TAC durante dos décadas, referente del teatro en Valladolid y testigo de la primera actuación en la ciudad. «Fue en la primera legislatura de Bolaños, José Colina era el concejal de festejos del Partido Comunista y yo estaba en la comisión. Recuerdo que eran encantadores. Y que no cobraban», destaca Javier Martínez. Solo tenían que pagar aquellos osados que se atrevían a montar en la cesta que colgaba de la moto y que permitía surcar el cielo vallisoletano sobre miles de cabezas. «José Colina se subió a la cesta, yo no me atreví, me daba mucho vértigo», reconoce. Para poder financiar la empresa, al final de cada actuación pasaban la gorra. La troupe vivía de la generosidad del público, al que recomendaban antes de jugarse la vida una aportación de 500 pesetas (3 euros) para los mayores y 250 pesetas para los más jóvenes que, subidos en las farolas, no pestañeaban. «Es un sistema muy antiguo, pero nos gusta que la gente tenga la libertad de pagar y también que, quien no tenga dinero, pueda ver el espectáculo», recalcaban.

Imagen de 2001, con uno de los funambulistas sobre la moto. El Norte

↓ Eran la décima generación de una familia de funambulistas (los Alexander) que tenía su origen en 1512, con actuaciones callejeras. Entre sus antepasados se encontraba el primer equilibrista que consiguió atravesar las Cataratas del Niágara. Lo hizo en 1871. Un hito que no se repitió hasta bien entrado el siglo XXI. En 2012, Nik Wallenda volvió a recorrer los más de 500 metros que unen las dos orillas de la famosa caída de agua sobre un cable de metal situado a más de 60 metros de altura. Pero volvamos a Los Bordini. Fue Walter Alexander, quien en 1974 puso en marcha Los Bordini como tal, una compañía que desde su fundación siempre contó con un componente español.

Público durante una actuación de Los Bordini en Valladolid, en 2004. Gabriel Villamil

↓ Nuestros acróbatas, los que no perdían oportunidad para visitar Valladolid, tenían sus orígenes en Italia, pero parte de su ascendencia era alemana. Hubo una época en la que eran quince componentes, que se dividían en tres grupos itinerantes y se juntaban al final del verano para realizar una actuación conjunta antes de volver a sus domicilios de Munich y Barcelona para descansar y preparar nuevos números para la siguiente temporada. El álbum familiar de los Bordini está repleto de recuerdos imborrables, como cuando un miembro de la saga logró cruzar el río Támesis de Londres sobre un cable, en el año 1936, o aquella ocasión en que sustituyeron la motocicleta que emplean en su espectáculo por un coche, que se movía sobre dos cables. «El número era bueno, pero no gustó mucho, la gente prefería la motocicleta. Además, para nosotros era más difícil de preparar», aseguró después Michael Bordini.

El número de la moto era el más aplaudido, pero también el más arriesgado. Cacho-El Norte

↓ Con los años la familia fue creciendo y, además de los acróbatas, Los Bordini llegaron a contar con una treintena de trabajadores dedicados en exclusiva a los aspectos técnicos y de seguridad. Su fama era mundial. «En época de verano hay función todos los días, mientras que durante el resto del año se celebran cuatro o cinco espectáculos por semana. Solo paramos unos días en diciembre para evitar el mal tiempo y porque necesitamos revisar el material», apuntaba Michael Bordini en 2004 en una entrevista a la que acudió con su hijo Hugo que, por entonces, contaba con cuatro años y que, a pesar de su corta edad, participaba en un número del espectáculo. Para Michael era algo normal porque todos los miembros del clan se subían a una cuerda al poco de nacer a pesar de conocer perfectamente los riesgos: «Este es un oficio de una sola caída, la del último día en este mundo», aseguraba.

Michael Bordini y su hijo Hugo, de cuatro años, que también participaba en el espectáculo, en la Plaza Mayor, en 2004. Diana Cobreros

↓ Hubo un tiempo, a mediados de los ochenta, que consiguieron el patrocinio de la marca de cigarrillos West. Este espaldarazo económico les permitió cruzar el charco para presentar su espectáculo aéreo motorizado en el Gran Cañón del Colorado. Pero regresaron. En esta década, en 1983, Miguel Ríos les fichó para los conciertos de presentación de su disco 'El rock de una noche de verano'. Pero ellos preferían actuar de forma improvisada y sin contrato. Fueron años de éxito mundial y de hitos históricos en el mundo del funambulismo. Engancharon su cable en el Europa Center de Berlín, a cien metros de altura, y cruzaron el Tajo en Ronda a 300 metros del suelo. Llegaron, incluso, a figurar en el libro Guinness de los Records porque uno de sus acróbatas aguantó 18 horas y media subido a una moto a una altura de 98 metros.

↓ Los Bordini no usaban redes y su único seguro era su dedicación constante a la cuerda y su celo para que el montaje técnico fuera perfecto. Nada podía fallar. Aún así, varias veces la muerte se cruzó en el camino de esta familia. Uno de los accidentes más graves ocurrió en el año 1973 y le costó la vida al abuelo de Michael en Puerto Rico. Años después, el 10 de mayo de 1989, perdió la vida Francisca Aragüete (llevaba un mes contratada) al caer desde 75 metros en Benifaió (Valencia) cuando actuaba con Los Bordini ante dos mil personas, mayoritariamente menores, al soltarse o fallar el anclaje que la unía al cable por el que se deslizaba desde el campanario de la iglesia. Una auténtica tragedia.

Jack Williams y Michael Bordini, en el tejado de las instalaciones de El Norte de Castilla, en 2006. Fue su última visita a la ciudad. Henar Sastre

La última visita a Valladolid fue en 2006. Tenían previsto dar el salto transoceánico e instalarse en Estados Unidos, inicialmente en Orlando, donde ya contaban con contratos firmados. Europa estaba trillada y querían iniciar una nueva etapa. Nunca más se supo de ellos. Ni siquiera Javier Martínez, Varillas, «tirando de contactos internacionales», ha sido capaz de localizarlos. «Lo he intentado durante muchos años, pero ha sido imposible», reconoce al otro lado de la línea. La primera semana de junio de 2006 se convirtió en la última oportunidad que tuvieron los vallisoletanos de ver a Los Bordini, esos genios del alambre que consiguieron dejar boquiabierta a la ciudad. La fotógrafa Henar Sastre, a través de la mirilla del objetivo de su inseparable cámara, fue testigo de la última actuación: «Había que buscar el mejor sitio para captar la inmensidad del espectáculo y que luego los lectores lo pudieran ver plasmado en el periódico. Eran muy amables y accesibles. Lo que hacían era realmente impresionante».

La semana que viene...

El Hilo se acerca la semana próxima a una de las plazas más desconocidas de Valladolid.

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