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Álvaro Rubio es como el jugador de mus que no ve un rey y se harta de pasar mientras el rival envida. Una mano tras ... otra con peterete (cuatro, cinco, seis y siete) y para una que pilla tres ases, el contrario le mete órdago a pares con tres cincos y le manda a casa. Algo así ocurrió ayer en Anoeta. El técnico volvió a mover los naipes, pero permaneció anclado en las ciegas. Siete novedades, mejores prestaciones arriba, pero idéntico desenlace. Latasa fue uno de los destacados. El ariete madrileño se fajó en los balones aéreos para ganar la mayoría y fabricar la segunda jugada, pero también se hizo fuerte allí donde se le espera, en el corazón del área, por arriba, con la frente tersa. Marcó y abre un hilo de esperanza para que pueda ser el delantero centro que necesita el Pucela para buscar el ascenso cuando selle definitivamente su pasaporte hacia la Segunda División. El Real Valladolid actual es un alambre. Abajo no hay red. La decadencia es interminable. Las alineaciones son un aderezo. Rubio al menos lo intenta, pero hace tiempo que el conjunto albivioleta se dio de bruces contra su cruda realidad.
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Moro suele ser el oasis en el desierto. Una gota de agua en medio de una ola de calor. Ayer se topó con Traoré. Demasiado músculo para el brío del catalán, que apenas pudo desbordar. Y cuando Moro no está, al Real Valladolid se le agotan las opciones. En su lugar, ayer brotó Iván Sánchez, que brilló a contrapié. Desbordó y dibujó bananas que comprometieron el orden establecido de la Real. La ilusión murió donde siempre, en la incompetencia del Pucela para marcar y en la negligencia que destila siempre para defender. Ante una de las peores versiones de la Real Sociedad, el conjunto castellano solo fue capaz de perecer de pie. Si nos ceñimos a las palabras de Luis García y el propio Álvaro Rubio, con eso basta. «El equipo está trabajando bien». Menos mal. Una etapa más, un partido menos para terminar con este suplicio.
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Javi Sánchez y Torres no jugarán, por sanción, el próximo partido del Pucela. En otro tiempo podría ser un drama. Hoy es un alivio. El problema es que los nombres tampoco importan. El rendimiento siempre es el mismo. No tiene remedio. El Real Valladolid se desangra por la retaguardia. En un partido en el que el equipo pelea con cierta ambición de medio campo hacia arriba, como ayer, ante un rival teóricamente superior, cualquier atisbo de reacción se escapa por el sumidero cuando la zaga tiene que hacer su trabajo. Es la obra de Catoira, que no ha parado hasta que ha descompuesto una línea clave para competir en Primera. No hay que ser muy avispado para saber que con la última línea tiritando y sin un delantero goleador (omitiremos el resto de virtudes), la dignidad representa una quimera en cualquier categoría.
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Si mañana aterriza un grupo de marcianos en Valladolid y un terrícola quiere explicarles la temporada del Pucela no tiene más que dar al play y poner los primeros 25 minutos del cuadro castellano en Anoeta. Sobre todo, el clip del 1-0. El conjunto blanquivioleta estaba asomándose con peligro al área de la Real hasta que Pablo Marín se aprovecha del hueco que deja en su banda Luis Pérez (que escapó de su zona para ir a no se sabe dónde y llegar tarde) para poner el balón en el punto de penalti. Torres, que estaba con la marca de Oyarzábal, se resbala en el peor momento y el delantero vasco remata mordido. Rafús se lanza al vacío y el balón besa la red. Aunque quedaba un mundo, ahí murió la batalla. Es la historia de todos los días. O al menos de muchos días. Hay días en los que la competencia no aparece. Ayer, al menos, el conjunto pucelano firmó una derrota digna. Es como una película de ciencia-ficción. Artificio que entretiene, pero nada más. Tampoco sirve de mucho, pero en la penuria cualquier chusco de pan es bueno. El signo no cambia, el equipo no da para más.
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Más allá del resultado, el partido de ayer sirve para arrancar una hoja más al calendario. Todavía quedan nueve citas para terminar con este martirio. Esta semana, mi compañero Arturo Posada glosaba la historia de las rachas negativas de los entrenadores del Real Valladolid. Benítez es el líder. Rubio va octavo, pero ya está a un tropiezo de Mendilibar. Demasiados partidos sin ganar, una situación que va camino de pulverizar todos los registros. Resulta complejo analizar cualquier encuentro del Pucela. Por mucho que lo intento, no encuentro un solo argumento para pensar que el cuadro castellano puede sumar un triunfo en los nueve duelos que tiene hasta el epílogo. Es triste, pero es la realidad. Lo único que importa ahora es que la grada no se desenganche y mantenga la fidelidad para buscar el ascenso. Mientras tanto, el club seguirá analizando y la vida continuará pululando entre derrota y derrota. Algún día llegará un empate. La victoria es ahora una utopía.
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