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Pablo Herranz no tiene secretos para explicar cómo ha pasado en un lustro de ser un canterano sin hueco en el Nava a ser un ... miembro de pleno derecho del primer equipo. «Muchas horas, horas y horas. No se me han dado bien los estudios, he sido un poco vaguete, pero dije que quería jugar al balonmano y lo dediqué todo». Tardes enteras en el pabellón, dormir y vuelta a la pista por la mañana para seguir mejorando. El tiempo es su divisa, pues nunca tuvo problemas con la eficacia de cara a gol, un tipo fiable que ya ha marcado este curso dos goles al filo de la bocina. Dos acciones que representan su salto: marca más porque juega más. Se puso las pilas en verano, aprendió a defender como requisito para ser un jugador completo y están llegando los goles. Por eso es seguramente la mejor noticia de los segovianos en lo que va de temporada.
Herranz describe su gol de la victoria en Puente Genil, a escasos cuatro segundos de la bocina, la única victoria de los segovianos en cinco partidos de 2025, como «uno de los más emocionantes», pero el más importante fue uno menos estelar que para él significó un mundo. El que ayudó a empatar en diciembre de 2020 en Granollers, una de sus escasas participaciones en la temporada que empezó con Diego Dorado y contaba ya en el banquillo con Zupo Equisoain. «Faltaba algo más de un minuto y perdíamos de dos; justo metí la de perder de uno. Ahora ya estoy en el primer equipo y esto es como lo que tengo que hacer, mi trabajo, pero ese me hizo más ilusión por no ser nadie en el equipo, lo ha metido el chaval».
Su jornada laboral actual, además de los entrenamientos con el grupo, incluye gimnasio o fisio, pero en los inicios hacía de todo. «Cuando era juvenil, llegaba a las cuatro y no me iba a casa hasta las diez porque doblaba con los juveniles, el primer equipo y el Primera Nacional». Ahora son menos horas, pero estira cuando puede las sesiones para ensayar lanzamientos con los porteros. Otros aspectos, como su capacidad para cazar balones en las proximidades del área que para muchos son imposibles, son innatos. «Supongo que será una virtud que tengo, pero echarte pega hace mucho», replica con modestia. También el tamaño de las manos. Y los automatismos, pues bastó una mirada en Puente Genil para saber que Borja Méndez le daría el pase. «Eso ya es el día a día, Borja se la puede tirar o, si no, un 70% es para que me la pase».
En función del compañero, su función cambia. Son el otro central, Sasha, se dedica más a abrir huecos para sus penetraciones. Nolasco es más tirador. «Ahí tengo que incordiar más a la defensa en vez de buscarme yo los huecos. Mario [Nevado] me echa alguna, pero me gusta mucho más jugar para él; amágame este pase y te genero el espacio. Si un primera línea se quiere ir con diez goles, se las puede tirar, pero en mi posición dependo de que me la pasen, no me puedo jugar un uno contra uno». Por eso hay actuaciones notables en las que no ha marcado. «En Granollers metí seis de nueve y era todo el partido bolas para mí. Depende mucho del rival».
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Así que un pivote tiene que improvisar, como en Puente Genil. «Cuando salí del banquillo, vi 15 segundos. En lo que llego al área, se me quitan otros cuatro o cinco. Es que no ves ni el marcador. Se me pasaron mil millones de cosas por la cabeza, no sé ni cómo la cogí. Estaba pensado más a dónde coño tirarla que cualquier otra cosa». Y cuenta cómo esas opciones volaron en su cabeza en un suspiro, en el propio salto. Descartó su tiro clásico, abajo a la izquierda, al entender que el portero le habría estudiado en el vídeo. «Entre que la coges, te colocas y saltas has pensado mil cosas, que no la falle, que no la falle. Y tirar todo lo fuerte que te dé el brazo». Con la reflexión del tiempo, no hubiera hecho el mismo tiro. «El gol al final es a media altura y al lado que saco el brazo. Es lo más 'lógico'. Que sea lo que Dios quiera, voy ahí con todo. Hay veces que sale bien».
La confianza de haberlo hecho en diciembre ante Benidorm, un gol que valió el empate, fue un plus, en una jugada radicalmente distinta. «Ahí sí que no miré dónde tiré. En Puente Genil estaba tirando solo, no me hubiesen pitado penalti, pero ahí iba forzadísimo, con tres tíos encima y uno en el área, sabía cien por cien que iba a ser penalti». Ahí no existía el fracaso para él, pero la metió y evitó a un compañero el trance.
Acciones que ilustran su estatus tras su cesión de temporada y media en el Villa de Aranda. «Tenía que salir de Nava, no estaba mejorando, todos los días me iba a casa de malas maneras y el entrenador no confiaba en mí». Y le permitió madurar en todos los sentidos. «Yo soy muy apañado, pero nunca había estado fuera de casa. Acabé jugando mucho, volví completamente otro jugador, más hecho». Las horas en pista, no hay secretos. Pero la vuelta no fue fácil. «Me costó bastante, esto era Asobal; en Aranda atacaba y defendía y aquí no defendía nada. Y yo sabía que solo atacando no iba a ir a ningún lado». Y con ese objetivo se plantó a sí mismo en verano: «Tío, tienes que defender como sea; si no, no vas a jugar nada».
Y se apuntó a 'clases', aunque no fuera un buen estudiante. «Me puse con Gedeón e Isaías a que me enseñasen. Nos tienen mucho aprecio y se ven reflejados». Y los resultados no tardaron en llegar. «Empecé a coger confianza, sobre todo, demostrando que quería crecer como jugador». No es frecuente pasar de un año sin defender a desempeñarse con cierta soltura. Eso ha supuesto minutos y goles, pues acabó la primera vuelta con los mismos que tenía en toda la campaña anterior y ya lleva 46. «No significa que haya llegado a mi tope, no me queda ni na por aprender...»
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