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Eran las 9.45 horas en la Ciudad del Vaticano; en ese momento, el cardenal Kevin Farrell, actual camarlengo de la Iglesia católica, ha anunciado ... la muerte del Papa Francisco. Rodeado de varios religiosos, el cardenal irlandés ha sido el encargado de dar la triste noticia. Ha sido breve.
«Queridos hermanos y hermanas, con profundo dolor debo anunciar el fallecimiento de nuestro Santo Padre Francisco. A las 7:35 de esta mañana, el Obispo de Roma, Francisco, regresó a la casa del Padre. Toda su vida estuvo dedicada al servicio del Señor y de Su Iglesia. Nos enseñó a vivir los valores del Evangelio con fidelidad, valentía y amor universal, especialmente en favor de los más pobres y marginados«, indicó el prelado. »Con inmensa gratitud por su ejemplo de verdadero discípulo del Señor Jesús, encomendamos el alma del Papa Francisco al infinito amor misericordioso del Dios Uno y Trino».
Farrell es ahora mismo el encargado de gestionar la 'sede vacante' hasta que sea elegido un nuevo Pontífice. Justo ayer se cumplieron cuatro semanas desde que el Papa recibió el alta tras pasarse 38 días ingresado en el hospital Gemelli de Roma por una infección en las vías respiratorias que acabó derivando en una neumonía bilateral por la que estuvo dos veces cerca de morir. Los médicos le dijeron al salir del hospital que debía permanecer «al menos dos meses» haciendo reposo, pero lo cierto es que Francisco hizo poca convalecencia y realizó continuas salidas de la Casa Santa Marta. Fue el sucesor número 265 de San Pedro tras ser elegido en el cónclave convocado tras hacerse efectiva la renuncia de Benedicto XVI a finales de febrero de 2013.
Bergoglio, que tenía entonces 76 años, se presentó el 13 de marzo de aquel año como un Papa alejado de todo: tanto de los juegos de poder de la Curia romana como del eurocentrismo que marcó el devenir de la Iglesia durante siglos. Primer americano y primer jesuita en llegar al solio pontificio, y también el primero en optar por el nombre de Francisco en recuerdo del santo de Asís, el argentino adelantaba de esta manera las sorpresas que iban a sacudir a la comunidad católica durante su pontificado y que llegarán hasta su epílogo, al pedir ser enterrado en la basílica romana de Santa María la Mayor y no en la de San Pedro del Vaticano, donde reposan los últimos Papas. Francisco quería remarcar así incluso en su tumba su condición de 'outsider', de hombre libre y sin miedo a romper esquemas, como plasmó en infinidad de ocasiones desde el primero hasta el último de sus días como obispo de Roma. Hasta dejó preparado un funeral con un rito simplificado respecto al de sus antecesores, que se verá en los próximos días.
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