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«Llegué al Ayuntamiento de Valladolid por deseo expreso de Tomás Rodríguez Bolaños, que tenía claro no solo la conveniencia de que me uniera a ... la candidatura, sino incluso qué me iba a encomendar si volvíamos a ganar las elecciones de aquel 1991, la Concejalía de Cultura». Cristina Agudo conserva, 35 años después de su irrupción en la política, esas maneras tan propias de personas menudas e inquietas, una polvorilla de acá para allá incapaz de quedarse quieta. «Pero hasta entonces mi vínculo con la cultura había sido a nivel de usuaria y así se lo advertí a Tomás, que me aseguró que eso era lo que buscaba en mí».
Rodríguez Bolaños afrontaba aquel 1991 su cuarta cita con las urnas, que hasta ese momento contaba por triunfos. Pero su equipo mostraba síntomas de necesitar algunos ajustes propios del desgaste por las responsabilidades del ejercicio del poder y por los inevitables choques internos. Unas convulsiones que tuvieron mayor trascendencia en el Área de Cultura y Bienestar Social, especialmente tras la dimisión en octubre de 1985 de Pilar García Santos, que había sido concejala de Cultura desde el primer Consistorio democrático, en 1979, y a la que más le llovían críticas de la oposición por una presunta gestión despilfarradora. Desde entonces, ese departamento fue pasando por las manos de Manuel González tras la renuncia de su titular y más tarde a las de Ángel Velasco, sucesor a su vez de González como teniente de alcalde, y a las de Lola Valle, titular de Servicios Sociales y Juventud, que simultaneó ambas delegaciones.
Recurría así el primer alcalde tras el retorno de la democracia a su círculo más íntimo, aquel del que formaban parte la citada Lola Valle y Jesús Quijano, matrimonio, así como la propia Cristina Agudo y Juan Colino, matrimonio también y diputado nacional este desde la legislatura preconstituyente y eurodiputado después. «Aquella amistad personal que teníamos todos marcó bastante el quehacer político a través de los tiempos. Y no solo aquí, entre los socialistas sevillanos ocurría algo similar, como en los casos de Felipe González y Carmen Romero o Luis Yáñez y Carmen Hermosín [ambas parejas de matrimonio]». En el caso de Agudo y Colino, de Valle y Quijano, personas que no llegaban a la política por una tradición familiar, sino por una inquietud de sus tiempos como estudiantes de la Universidad de Valladolid. «Se dio una unión muy provechosa entre los que veníamos de la Universidad a los obreros de fábricas como Fasa, de donde procedían Bolaños y Valeriano Martín, luego concejal de Urbanismo, o de la construcción», recuerda Cristina Agudo, que destaca la importancia de ser estudiante en un momento tan especial. «No se trataba tanto de estudiar, de sacar buenas notas, sino del papel que podía tener la Universidad en ese momento de cambio, de fin del franquismo», asegura.
«Así llegué a la Concejalía de Cultura en 1991. Fue bonito, pero no fue fácil para mí, que me incorporé a un equipo ya rodado con personas que permanecían en los puestos de responsabilidad del Área desde el principio y que habían sobrevivido a los continuos cambios de responsables, desde Pilar García Santos, a la que tanto debemos todos los que pasamos por ese departamento y tanto le debe la ciudad, pasando por Manuel González, Ángel Velasco, Lola Valle y yo. Tomás pensó que desde 1979 a 1990 habían cambiado muchas cosas y había que darle una vuelta a todo».
En eso se afanó Cristina Agudo, en «formar un equipo nuevo con gente vieja», con plenos poderes otorgados por el alcalde para «remodelar la Fundación de Cultura, intentar tener más presupuesto, potenciar aquellas cosas que me parecían que eran muy novedosas, como la muestra de teatro y con el reto de modernizar los espacios». De ese periodo son las transformaciones de continentes culturales de la ciudad como la sala de La Pasión o la de Las Francesas. «Y si hago memoria me quedo con aquellas primeras fiestas en las que siguiendo la propuesta de un jovencísimo Javier Varillas instalamos una carpa enorme en el aparcamiento junto a las ruinas de San Agustín».
Pero además, fue la etapa en la que se pusieron en marcha proyectos que forman parte ya del patrimonio cultural de la ciudad y que culminaron en los mandatos posteriores, con Javier León de la Riva (PP) al frente de la Alcaldía, como la recuperación del Teatro Calderón como gran espacio cultural público gracias al 1% cultural, o la obra que permitió al Patio Herreriano acoger la Colección de Arte Contemporáneo, así como del Museo de la Ciencia a partir de una vieja harinera en El Palero, en la margen derecha del Pisuerga.
Claro que de esos cuatro años Agudo recuerda también un episodio de intolerancia como el que impidió a Pasqual Maragall, alcalde de la ciudad que iba a acoger los Juegos Olímpicos unos meses después, ser pregonero de las fiestas de septiembre, de San Mateo en esa época, ante el temor a posibles disturbios provocados por la extrema derecha y tras las críticas incendiarias del portavoz de la oposición de aquel tiempo, por la presencia de un político catalán en el balcón de la Casa Consistorial.
O aquella reacción, esta proveniente de un compañero de filas con mando en plaza, al que la iniciativa de abrir una pequeña oficina de turismo en el entorno de la Plaza Mayor le pareció una chorrada: «¿pero quién va a querer venir de turista a Valladolid?».
A esa etapa entre 1991 y 1995 en la que debutó como concejal de gobierno le sucedió otra en la que a su partido le tocó ser oposición y su despacho pasó a ser el de María del Castañar Domínguez, profesora universitaria y primera titular de Cultura en los equipos del Partido Popular al frente del Ayuntamiento. «Ha sido habitual que la Concejalía de Cultura haya estado en manos de mujeres, pero es una tradición sin mayor importancia, derivada de la propia asunción de papeles de hombres y mujeres en los puestos de gestión y representación, y que poco a poco está cambiando», sostiene Cristina Agudo. En todo caso, salvo el cuatrienio entre 1999 y 2003 en el que Alberto Gutiérrez Alberca pasó de su etapa anterior en Urbanismo al Área de Cultura, el resto han sido concejalas de Cultura, con Ángeles Porres, Mercedes Cantalapiedra (ambas del PP), Ana Redondo (PSOE) y en la actualidad, Irene Carvajal, de Vox.
Y tras esos cuatro años en la oposición, llegaron las curvas. Agudo obtuvo acta de concejal para el periodo hasta 1999 porque así lo había decidido el cabeza de lista en 1995, pero Bolaños decidió poner fin a su carrera como munícipe inmediatamente después de su derrota en las urnas y hubo un cambio de cartel electoral. El nuevo candidato, Ángel Velasco, quiso segar de raíz cualquier atisbo de duda sobre la idoneidad de su nombramiento y como quiera que en las filas socialistas había sonado la posibilidad de apostar por candidata en vez de candidato, Velasco le comunicó que no contaba con ella para sus listas por falta de confianza. En todo caso, a Valladolid le cabe la dudosa honra, compartida con León y Salamanca, de estar entre las únicas capitales de provincia de Castilla y León que no han tenido alcaldesas.
Licenciada en Derecho por la UVA, ganó la oposición en el Instituto Geográfico Nacional y pasó a la Consejería de Economía de la Junta.
En su periodo se ponen en marcha proyectos como el del Patio Herreriano, el Calderón y el Museo de la Ciencia, culminados en la etapa de León de la Riva.
De 2000 a 2004 fue senadora por Valladolid y en 2008 hasta 2011 se integró en el gabinete de Soraya Rodríguez en la Secretaría de Estado de Cooperación.
Cristina Agudo ponía final a ocho años de aventura en el Ayuntamiento y partió para el Senado, del que formó parte entre 2000 y 2004, participando activamente en proyectos como el de la reforma educativa que impulsó Pilar del Castillo (PP) o la regulación de la adopción internacional, cambiando de alguna manera el foco sin dejar los asuntos de la cultura pero asumiendo además los de la cooperación y la atención a la inmigración, como da cuenta su fichaje por parte de la hoy exsocialista Soraya Rodríguez como miembro de su equipo para la Agencia de Cooperación Internacional en 2008 y hasta 2011. Tras ese periodo es miembro fundadora y presidenta en la actualidad del Instituto de Cooperación Internacional y Desarrollo Municipal (Incidem), una asociación que promueve el desarrollo humano sostenible mediante el apoyo estratégico a los gobiernos locales en el ámbito internacional con el objetivo de crear espacios de articulación entre actores de la cooperación descentralizada. Su misión incluye fortalecer instituciones y mejorar la eficacia de las políticas públicas locales, fomentando la cohesión social y territorial a partir de compartir experiencias y procedimientos por parte de unos municipios con mayor trayectoria en la gestión hacia los emergentes.
Y además, Cristina Agudo, que llegó a la política cuando la democracia aún solo era una aspiración, no ha dejado de analizar el panorama político y no oculta su preocupación por la deriva populista del mismo en la actualidad, en el que la democracia es cuestionada. «Yo había dejado de hacer una militancia directa durante algunos años y ahora después me he vuelto a vincular un poco más directamente en el partido porque me lo reclaman y a mí ahora me tiene muy, muy preocupada la desafección hacia la democracia y en general por parte de los jóvenes hacia los valores que han sido siempre de la izquierda».
«Creo que hay un movimiento clarísimo orquestado por poderes mediáticos y económicos mundiales, dándole a la juventud –y no solo a la juventud– unos mensajes de 140 caracteres en los que no cabe el contraste ni la profundidad. Y eso es como una gota malaya que va calando, una especie de 'váyase, señor González' modernizado. Porque hay poderosos a los que lo mejor para la humanidad se traduce en peor para ellos. Ahí está la fobia a la Agenda 2030. Esa amenaza a unos valores enlaza con el otro campo en el que estoy trabajando, la lapidación del movimiento feminista».
En este punto, Agudo apela a la puesta en marcha de leyes que garanticen la protección de los colectivos que pueden quedar desprotegidos y destaca la reacción en los últimos tiempos de la Unión Europea que, salvo excepciones como la húngara de Orban, ha apostado por mantenerse firme en la defensa de los valores democráticos. «Y menos mal, porque las perspectivas de hace seis años ocho o diez años en el Viejo Continente eran nefastas».
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