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Los franciscanos reviven su procesión claustral de hace cinco siglos en Santa IsabelIntimidad franciscana abierta a los vallisoletanos. El Monasterio de Santa de Santa Isabel de Hungría ha acogido la procesión claustral de la Orden Franciscana Seglar- ... Cofradía de la Santa Cruz Desnuda al mediodía de este domingo con una expectación máxima entre los cofrades y los numerosos ciudadanos que han accedido al céntrico cenobio para acompañar en oración procesional a los hermanos que portaban a hombros al Cristo Yacente.
Se trata de una de las imágenes más antiguas de la Semana Santa de Valladolid que durante este fin de semana ha estado expuesta en el templo conventual en una jornada ininterrumpida de oración y que fue devuelto a su capilla bajo la supervisión de las hermanas clarisas.
En pleno corazón vallisoletano, este remanso franciscano que diariamente recibe también a numerosos clientes en su torno de repostería con la venta, por ejemplo, de sus afamados ochos de chocolate, vivió uno de los momentos más íntimos de la cuaresma vallisoletana donde el templo conventual ha estado abierto durante toda la noche, para acoger a cofrades y a ciudadanos anónimos ante la imponente imagen del Yacente.
Una talla depositada sobre sus andas procesionales, pero a ras de suelo, en la misma escalinata del altar mayor, con lo que se ha querido representar «la cercanía y el amor verdadero con la muerte de Cristo tras su Pasión».
Fue una de esas escasas oportunidades en la vida contemplativa de la capital donde las monjas se entremezclan con el pueblo para cantar y orar ante la sagrada imagen. Las mismas hermanas que acogen abriendo de par en par sus estancias: desde su monasterio hasta su patio de remanso diario permitiendo también el paso por el centenario claustro y todos sus recovecos hasta llegar a la capilla de San Francisco, donde fue depositado en una urna el Cristo Yacente.
Este fue precisamente el escenario recorrido de la procesión claustral donde clarisas y franciscanos, hermanas y cofrades, permitieron a los forasteros sentirse como en la casa del ora et labora, la estancia del sosiego y la meditación además del estudio, para acompañar a la Cofradía de la Santa Cruz Desnuda cinco siglos después con una planta de procesión que, aún organizada de manera minimalista con respecto a sus salidas a las calles, lo cierto es que la manifestación pública de fe sorprendió a muchos dado que es un acto espiritual abierto a los vallisoletanos desde hace poco tiempo.
Fueron momentos de espiritualidad y de admiración al poder contemplar la celosía del corredor de Santa Isabel de Hungría, las pequeñas capillas que asoman e invitan al recogimiento o una vista hacia arriba para divisar las estancias superiores e incluso el ciprés de gran porte que es, desde el patio, el gran faro de las hermanas franciscanas clarisas que habitan este espacio desde 1484. «Un descubrimiento patrimonial y una isla de paz en medio del murmullo cotidiano», comentaba un grupo de personas que deambulaban por las galerías cual descubridores «de la fe, la entrega desinteresada y la sencillez de las hermanas».
Un carisma que, desde la propia cofradía, su hermano-ministro Miguel Santos Romón, inculca a los suyos a través de la admiración de las monjas y que, entre todos, quieren trasladar a la sociedad vallisoletana con su fraternidad y hermandad. El sacerdote Jesús Cobo, quien celebró la eucaristía, también lo quiso transmitir reflexionando sobre el cíngulo franciscano, el de los tres nudos, «para abrazar a Dios viviendo en la esperanza de la Resurrección»: «No estáis aquí por un muerto sino por el que ha resucitado».
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