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Lo que se relata a partir de estas líneas son los testimonios de tres personas, todas ellas vecinas de municipios de la provincia de Valladolid, ... que viven con incertidumbre entre los meses de enero y mayo. Todos los años la misma historia por residir a escasos metros del cauce de los ríos. Todos los años los mismos miedos. Y en este 2025, esa incertidumbre, después de un tren de borrascas durante casi todo el mes, ha vuelto a instalarse en el interior de esas familias que viven pegadas a aplicaciones meteorológicas y de la propia Confederación Hidrográfica del Duero por si les toca salir de casa a la carrera. Es su día a día durante el final del invierno y gran parte de la primavera por residir en las zonas inundables de Valladolid.
El recorrido por la provincia se inicia en el hotel y restaurante Doña Carmen de Tordesillas. Su panorámica desde la terraza y las ventanas son relajantes con el Duero prácticamente a las faldas del edificio. Pero si uno mira hacia abajo estos días ve una ribera acordonada, con unos columpios cercados. Ese juego infantil, el pasado miércoles, parecía ser más una infraestructura de un parque acuático que su función en sí, la de poder balancearse en pleno verano con el frescor del río.
Junto a ese terreno, prohibido pisar por el mismo estos días por motivos de seguridad, se encuentra el propietario del restaurante, Julián Fernández. Sus treinta años al frente del negocio le avalan para hablar de esa incertidumbre que le genera el río, incrementada estos últimos días por las precipitaciones incesantes. «Ahora mismo me preocupa el deshielo. Si viene de golpe puede generarnos una anegación total», recalca con un halo de intranquilidad.
Julián Fernández
Propietario del restaurante Doña Carmen de Tordesillas
Gustavo Pedraza
Vecino de Viana de Cega
Nuria Gamazo
Vecina de Mojados
Es sabedor de que con la climatología no tiene nada que hacer, así que aunque Martinho ya haya pasado, la calma no regresará hasta ver el cauce «normal». «Aunque no ha parado de llover esta riada ha salido más tranquila. Habiendo vivido otras etapas, esta vez no estaba muy nervioso», continúa mientras empieza a tirar de memoria para intentar contabilizar cuántas veces ha sufrido los efectos de las inundaciones.
Le es imposible cuantificarlas, si bien se detiene en ese fatídico 6 de abril de 2001 difícil de olvidar. Anteriormente sufrió otras, pero no como la de aquel día. «Entró el agua unos 40 o 50 centímetros en el comedor, cocina y almacenes. No hay forma de detenerlo. Entra por las cañerías, la terraza. No hay dique que lo frene. Aunque se vaya la inundación en dos días se queda el destrozo. Se deterioró todo mucho», se lamenta con un punto de resignación e impotencia. «Sabíamos que estar cerca del río conllevaría estos riesgos. Pero claro, como la vida va cambiando, no pensábamos que nos podría perjudicar tanto», concluye con la esperanza de que este año libre las temibles inundaciones.
Y del Duero al Cega. De Tordesillas a Viana. En la calle Río se encuentra Gustavo Pedraza. Simplemente entrar en su casa, en la que convive con su familia y su perro Matías, es un reflejo de lo que se vive estos días en esa zona. La planta baja de la casa, concretamente todo lo que se encuentra por debajo de medio metro, parece estar totalmente desvalijada. Arrasada ante el temor de que el agua se lleve por delante todo lo que pille. «Veis que hay una parte de la pared tiene gotelé y la otra es lisa. Pues ya os podéis hacer una idea de hasta dónde llegó el agua en la riada de 2013», subraya Pedraza mientras eleva su dedo a una altura superior a los 50 centímetros.
Los armarios bajos, algunos a prueba de inundaciones, están vacíos, mientras algunas sillas, con cojines incluidos, se hallan encima de las mesas. «Hay que estar preparados porque una vez que entra el agua, ya no sale. Tan solo tenemos la tele, que la subiríamos en el último momento. Fue peor en 2013, que nos tocó subirla y era de las que tenían culo. Ahora son más planas», rememora.
En la planta superior, la de las habitaciones, es la de albergar todos esos objetos que durante los últimos días han ido depositando para preservarlos de una hipotética riada. En esta ocasión, los viajes han sido infructuosos, pero siempre han tenido en mente eso de más vale prevenir que curar. Porque Gustavo y su familia han tenido que curar en varios momentos desde que compraron su casa. «Ha faltado un poco más de medio metro para que el agua superara el muro. Hemos estado con mucha incertidumbre. Desde hace 15 días hemos estado con la casa ya patas arriba», describe Pedraza sobre cómo es vivir a la orilla del Cega.
Porque en la calle Río de Viana se vive pegado a la aplicación que avisa en tiempo real de cómo bajan las aguas. «Es nuestro Padre Nuestro. Nos levantamos y es lo primero que consultamos», continúa. Viven con ese miedo y con la espada de Damocles, como el mismo Gustavo apunta, desde enero. Al igual que el propietario de Doña Carmen en Tordesillas, tiene grabado a fuego las veces que el agua ha sobrepasado ese «maldito» muro. «En el 2013 fue el 28 de marzo, un Jueves Santo, y el año pasado fue el 20 de enero», recuerda.
Son varios los momentos que han cohabitado con la incertidumbre que a los seres queridos de Gustavo no les queda más remedio que la resignación. «¿Qué se puede hacer? Patalear y tomar pequeñas medidas en la vivienda. Acondicionarla para que los daños sean los menores posible y después sufrir. No nos queda otra por ahora, porque por parte de las administraciones tampoco se hace absolutamente nada que realmente veas que puede servir para algo», critica desde la impotencia este vecino de Viana de Cega.
La última vez que pasó por el trance de las riadas fue el año pasado, cuando de golpe el agua empezó a entrar en todas las viviendas de la calle Río. Fue de madrugada y en plena noche tuvieron que salir corriendo. Catorce meses después, la historia ha estado a punto de repetirse. «Después de seis meses aún teníamos algún rincón en el que notas el ambiente cargado, con un poco de humedad, pero la casa más o menos en seis meses la terminas de poner un poco en solfa. Lo que pasa es que tres meses después ya te estás preparando para frenar el riesgo de la siguiente. Ya sabemos que el juego es este», describe Gustavo Pedraza mientras se centra en las administraciones.
No se olvida del famoso muro de contención, el cual no se levanta ni tiene visos de hacerlo. «Al igual que el puente sobre el río por el AVE. Nos ha preparado un dique en la desembocadura en el Duero. Cuando este viene cargado hace efecto rebote», concluye antes de poner rumbo a ver cómo se encuentra el río.
La historia se repite kilómetros arriba del Cega. En Mojados, cierra el círculo de personas que conviven con la incertidumbre Nuria Gamazo. En una vivienda unifamiliar de la calle Santa María vive junto a su hija y su marido. Salir de la puerta de su casa es darse con el río y, en estos meses, con unas sacas de contención de arena. Se muestra agradecida con el Ayuntamiento por esas labores tanto programadas en estas fechas como necesarias. «No duermo, literalmente. Se pasa muy mal porque ves que no puedes hacer nada. Las sacas no son la solución, pero alivian. Esto es un parche, porque la solución es la limpieza del cauce», agrega Nuria en plena orilla.
Hace once años sufrió la devastación del agua. Entró unos 40 centímetros. «Ese año no me dio tiempo a retirar cosas de la planta baja, ahora se recoge todo y lo subes», recuerda mientras tiene claro que nunca venderá esa propiedad. «Es mi casa. En su día fue la de los abuelos de mi marido. Llevamos aquí 20 años», remata la vecina de Mojados.
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